Los clichés sobre la enseñanza del ballet clásico existen prácticamente desde que éste se creó. Quién de nosotros no ha oído alguna vez comentarios del tipo: «De la danza clásica sólo pueden disfrutar niños con unas condiciones físicas extraordinarias» o bien «la enseñanza del ballet es tan rigurosa que no cualquier alumno es capaz de aguantar la presión y la exigencia.»

La verdad es que, para aquellos que quieren llegar a ser bailarines profesionales, se requiere disciplina, constancia y, sobre todo, una pasión por la danza que convierta cada esfuerzo en un reto y que suponga una motivación suficiente para progresar hasta convertir una práctica deportiva en un Arte.

Fuera de este círculo de bailarines de élite, la práctica del ballet clásico puede ser igual de inspiradora que para ellos. Un niño o una niña que prueba esta disciplina podrá desarrollar, en primer lugar, sus cualidades artísticas, favoreciendo aptitudes como la musicalidad, la coordinación o el aumento de autoestima. A nivel físico, el ballet corrige la postura, mejora la elasticidad, alarga los músculos estilizando la figura, mejora el equilibrio y la agilidad en general. Por todo ello, el ballet es una disciplina que ayuda a tener todos los músculos del cuerpo fuertes y preparados para prevenir posibles lesiones o dolores de espalda. Por último, a nivel mental, la complejidad de los ejercicios del ballet potencia la memoria y, a la larga, previene o retrasa enfermedades como el Alzheimer.

Para acceder al ballet clásico desde pequeño no hace falta tener ninguna cualidad física especial, solo tener ganas de disfrutar al ritmo de la música.

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