Quizá fuera el estreno de la película El Cisne Negro y las declaraciones de su protagonista, Natalie Portman, los responsables de impulsar en todo el mundo la práctica de ballet por cualquier persona que quisiera ponerse en forma mientras desarrollaba su faceta más artística.

Natalie contaba que, aunque ya contaba con nociones básicas, tuvo que tomar hasta cinco horas diarias de clases particulares para conseguir un cuerpo elástico y fibroso como el de las bailarinas clásicas. Desde aquel entonces, en 2011, el ballet ha desatado un auténtico furor entre el público adulto de todas las edades y condiciones físicas. Y no es para menos. La danza clásica es una mezcla perfecta entre deporte y arte.

La práctica habitual para un adulto que jamás ha bailado con anterioridad causa una transformación corporal espectacular. Los músculos de brazos y piernas crecen alargándose, dando esa sensación de extremidades fuertes pero estilizadas, que rara vez se logran con ejercicios de gimnasio. La espalda y los abdominales se fortalecen, motivo por el que se consigue una figura esbelta, pero también corrige problemas posturales y reduce el dolor de espalda y cervicales. Además, la conocida postura del bailarín «endehors» potencia los glúteos y activa la parte interna de los muslos.

En resumen, el ballet es una disciplina que modela todo el cuerpo. La principal diferencia con otras actividades deportivas es que, además de los beneficios púramente físicos, también ayuda a desarrollar aptitudes mentales tales como la memoria corporal, la coordinación o la conciencia espacial. Tanto es así, que recientes estudios demuestran cómo la práctica regular de ballet retrasa y mejora enfermedades mentales tan devastadoras como el Alzheimer.

Por otro lado, si estudiamos los beneficios que la parte artística del ballet aporta a sus estudiantes, debemos destacar el alivio del stress que se experimenta en las clases. Al ser una disciplina que exige máxima concentración durante toda la clase, el alumno ha de centrarse en desempeñar cada ejercicio con la perfección que se requiere, alejándose momentáneamente de los problemas de la vida cotidiana. La concentración es esencial en el desempeño de los movimientos, ya que, para que ejecutarlos con corrección, se debe controlar a la vez la posición de las caderas, las rodillas, los hombros o los pies. Al mismo tiempo, el cerebro deberá trabajar aplicando los ejercicios propuestos que varían según se aumente el nivel de conocimiento, aumentando progresivamente en dificultad, velocidad, intensidad y complejidad técnica.

Cuando sale de su clase, el alumno ha conseguido varios hitos que repercuten directamente en su bienestar: ha liberado las endorfinas propias de un duro entrenamiento físico; ha sociabilizado con el resto de alumnos de su clase, haciéndole sentir parte de un grupo; ha conseguido superar los retos que el profesor propone en cada clase, lo que se traduce en un aumento de la autoestima y además ha conseguido la satisfacción del cumplimiento del ejercicio bien hecho.

Por último, pero no menos importante, la música que acompaña a cada ejercicio es una fuente de inspiración personal que empuja al alumno a interpretar los ejercicios utilizando sus propias emociones, para convertir en ese momento la concatenación de unos ejercicios muy complejos en un arte: la danza. Sólo el espíritu que el bailarín imprime a estos ejercicios elevan la mera práctica de un deporte hasta un arte digno de contemplar por un espectador.

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